The Insomniac Teller

The Box of thoughts that lives somewhere in my mind

jueves, 21 de octubre de 2010

Sándara

En sus ojos se podía ver la noche, y en la suavidad de su cabellos las olas del mar. Su perfil tan puro traía a mi mente esa inocencia, esa melancolía. Su mirada tan fría, me incitaba con serenidad al pecado de la carne. Y ahí yacía yo, en el borde del abismo, miserable y harapiento, desnudo de alma bajo el manto de la luna menguante.

Ella, apenas visible, escondía los ojos tras la inmensidad de la nada mientras su resplandor trazaba una línea hasta el horizonte. No reía, ni despreciaba, no mostraba sentimiento alguno por mi desdicha. Quizás yo imaginaba todo, y ese abandono, era obra de mi pensamiento.

Pero la mirada de la doncella seguía cavando en mi sufrimiento. Y muy en el fondo, esa frialdad me causaba placer. Tal belleza no era digna de la imaginación del hombre. Un súcubo cubierto por una silueta angelical.

No hubo palabra alguna, pero incluso esto fue mucho decir. Con sus ojos clavados en mí me despojó de mis ropas y de mis penas, mientras el frio de la noche se adueñaba de cada fibra de mi piel. Soy vulnerable, estoy a la merced de la noche gobernada por esta deidad, y las estrellas son testigos de mi perdición.

¡Mi Venus adorada! De piel blanca y tersa como el marfil, radiante como la luna. Tus pechos, rosados y erguidos, tan perfectos como la justicia de este momento. He ahí tu torso dominante sobre la oscuridad del mar. Condesa de los reinos perdidos, tus piernas juntas en una y cubiertas de joyas de este azul eterno.

Ninfa de los mares, estoy muriendo de deseo, llévame al fondo del desdén, al fondo de los mares donde jamás veré la luz del sol. Inúndame de este falso amor y al final de último suspiro, condéname a la eternidad en las sombras del mas allá.